Brasil: “El movimiento LGBTI tendrá que reinventarse una vez más”, dice Renan Quinalha, activista DDHH

La historia del movimiento LGBT en Brasil no se resume a una sola narrativa, sino varias de ellas, cada una con reivindicaciones, problemáticas y líneas de pensamiento propias. El análisis histórico de estas vertientes con el objetivo de preservar la memoria de ese activismo en las cuatro décadas entre 1978 hasta hoy es un esfuerzo necesario para “pensar el futuro”, como clasifica el profesor de Derecho de la Unifesp y activista de derechos humanos y diversidad sexual, Renan Quinalha . “La historia del Movimiento LGBT en Brasil” (Alameda) reúne textos de profesores, investigadores y especialistas sobre el tema para establecer las principales banderas y momentos del movimiento en los últimos 40 años, además de plantear los desafíos para el futuro.

Según Quinalha, uno de los organizadores de la edición, aunque la publicación no abarca todos los tipos de activismo en el campo LGBT en Brasil, el hecho que une a todos estos individuos es el sufrimiento causado por el prejuicio, la violencia y la falta de políticas públicas orientadas hacia el grupo. Recordando que el país es uno de los que más registran crímenes de odio contra esa población, compara la situación de los movimientos durante la dictadura a los días de hoy: si en los años de represión había una estrategia de “saneamiento moral”, hoy vendría a partir de “el silenciamiento de políticas públicas conquistadas en los últimos años”.

Como ha hecho en los últimos 40 años, el movimiento LGBT tendrá que reinventarse para poder tener relevancia en los próximos cuatro años, lo que no le deja exactamente preocupado – discursos contra la “ideología de género” y el matrimonio gay, por ejemplo, funcionan despertando personas para el activismo, según el profesor.

¿Cómo definiría la historia del movimiento LGBT en Brasil?

Ella precede al período definido en la publicación, de la cual fui uno de los organizadores. El sufrimiento de las personas LGBTs fue sostenido por discursos religiosos, médicos, legales y criminológicos. La lucha de los movimientos en Brasil tiene varias facetas, es extremadamente plural y alcanza un público diverso. Quisimos mostrar la gran dimensión de la represión y la resistencia a los ataques.

Su artículo en el libro habla sobre el movimiento LGBT durante la dictadura. ¿Fue el peor momento en nuestra historia para ese tipo de activismo?

No tenemos patrones de comparación. Lo que podemos decir es que, en la dictadura, el discurso moralizador contra LGBTs fue alzado a una política de Estado, ya que el gobierno creía que la sexualidad era una amenaza a la seguridad, a la nación ya la familia, además de equiparar subversión moral a la subversión política. Esta agenda moral fue central para el sustrato ideológico del régimen: era necesario vender una idea de nación basada en la familia tradicional. Lo que vemos hoy en Brasil es que esa misma violencia viene creciendo. Las carteras que el gobierno tenía para pautas específicas de cuidado a las políticas pro-LGBT fueron vaciadas.

Brasil es uno de los países que más registran crímenes de odio contra LGBT. ¿Es una herencia de los años de represión?

Sin duda. La dictadura, más que un régimen de exterminio de oposición, fue un laboratorio de subjetividades, creó cuerpos y ciudadanos para reprimir deseos, transformó el odio en una política institucionalizada. La dificultad de cultivar memoria es central para poder pensar el futuro. Por eso, este libro quiere preservar la lucha de todos estos años y pensar lo que ellas enseñan sobre lo que vivimos hoy.

¿De qué forma el movimiento evolucionó después de 1985?

El activismo LGBT en Brasil luchó por la democracia, pero traía algunas contradicciones, como el hecho de que sólo había hombres en el liderazgo, ignorando la existencia de mujeres homosexuales, transexuales, etc. Después de 1985, sin embargo, el movimiento comienza a florecer y, finalmente, a contemplar más visiones, convirtiéndose en esa “sopa de letras” de hoy en día. Los grupos se organizan mejor, buscan un discurso identitario, la reglamentación del matrimonio, ocupan más espacios en el Estado.

La bancada evangélica considera que el movimiento es una ideología de izquierda.

Es una incomprensión total. Los derechos humanos no tienen preferencia por la izquierda o la derecha. Es mucho mayor que ciertas definiciones reductoras: se trata de defender un nivel civilizatorio mínimo. Hasta hoy hay sectores de la izquierda que no asumen la pauta LGBT, o bien la colocan marginalmente, como una cuestión menor. Por lo tanto, se trata de una relación tensa, y no armónica. No creo que esté todo perdido. Esta reacción conservadora, en realidad, refleja la fuerza del movimiento LGBT.

El presidente Jair Bolsonaro ya atacó varias veces lo que llama ideología de género, además de haber afirmado que “ningún padre tiene orgullo de tener un hijo gay”. ¿Cómo será la reacción del movimiento LGBT en los próximos cuatro años?

En los últimos 40 años, el movimiento se reinventó en diferentes coyunturas. Incluso con el Legislativo siempre refractario a esa pauta, las reivindicaciones fueron llevadas adelante. Ahora, el Ejecutivo está formado por varias personas contrarias a nuestra agenda y por eso el movimiento tendrá que reinventarse una vez más. Tendremos menos visibilidad, recursos y espacios para la negociación con el gobierno. Pero veo esta situación con cierta esperanza, tendremos a nuestro lado más personas resistentes a los retrocesos, una vez que la sociedad civil es más fuerte.

La ministra Damares Alves (Mujer, Familia y Derechos Humanos) dijo que hizo una metáfora al hablar que “muchacho viste azul y niña viste rosa”. ¿Qué representa este episodio para usted?

Esta declaración me parece simbólica en el sentido de lo que será la moral sexual practicada por el nuevo gobierno. Es predicada la binaridad, como si las mujeres estuvieran en un lado y hombres, en el otro. Es reducir los dos a sus órganos reproductores y la forma que nacieron. Vivimos todas esas décadas descubriendo las riquezas de la desnaturalización de ese discurso. Está incrustado en ese binarismo una relación de dominación: el niño usa azul, la niña rosa; el niño sale para jugar en la calle, la niña se queda en casa; el hombre trabaja, la mujer se queda en casa y tiene hijos, fuera del mercado de trabajo. Lo que la ministra llama metáfora es, en realidad, una relación extremadamente perversa de siglos que intenta definir lo que es género y sexualidad. Que esta sea la primera manifestación de una ministra es sintomático e indica la perspectiva de ella sobre derechos humanos. Si es una metáfora, ella necesita decir cuál es el sentido más profundo de esa frase. Ella refuerza estereotipos que sólo reproducen desigualdades y violencias en nuestra sociedad.

Traducción: Prisma LGBTI / Fuente: Agencia AIDS – Globo