Historias Trans: De libertad… y otros “demonios”

El largo camino del amor propio exige a las personas trans someterse a procesos de discriminación incluso al interior de su familia. En una sociedad machista, la libertad espanta. Este mes hubo avances para la reasignación de documentación y cambio de nombre en Coahuila. Los cambios no son suficientes para esta población que ha sido olvidada y agredida sistemáticamente. ¿Cómo es ser trans en 2018? Semanario documenta su lucha.

Álex odió tanto su nombre, su nombre femenino, su nombre de nacimiento, el que está en el acta de nacimiento; su nombre de mujer que eligieron sus padres; lo odió tanto que hasta odiaba a quien lo usara, y lo detestó tanto que hasta comenzó a odiar los pronombres femeninos. Y por eso prefiere no decírmelo. Y también porque teme que le afecte en su trabajo como docente.

Álex, un chico trans de 33 años, asegura que ha crecido personalmente y ya no le afecta si alguien lo llama por su nombre femenino; ha aprendido a lidiar con ello, a imaginar que cuando le dicen su nombre de mujer, le dicen realmente Alejandro o Álex. “Mi vida es una dualidad”, dice un día sentado en una mesa de una tienda de conveniencia. “Dentro de mi familia y trabajo soy una persona, y fuera de ella soy otra”.

Para él, esta situación lo ha orillado a llevar una doble vida, ha aprendido a aceptarlo. Antes quería seguir el estereotipo de un hombre al mil por ciento, porque se sentía y siente hombre. Pero asegura que ha madurado, que se descubrió, y que sólo necesita ser simplemente él: Álex, el chico trans que quiere vivir.

Pero su vida no fue siempre así. Recuerda que en su infancia, de su familia siempre escuchó lo que debía hacer de su vida: crecer, casarse y tener hijos. Ése era el papel dictado para su vida, como un guion escrito que simplemente tenía que seguir al pie de la letra.

Fue el menor de tres hermanos y siempre fue una niña que se ponía a jugar con los niños, con sus primos. “Cualquier cosa que hicieran los niños a mí me gustaba a hacerlo y siempre cuestionaba el porqué no podía hacer esa cosa que me decían”, recuerda.

Lo que hacía un niño estereotípicamente, eso le gustaba de hacer. “¿Por qué no juegas con muñequitas?”, le preguntaban sus padres. Cuando veía que no tenía otra alternativa que seguir el libreto, jugaba con ellas, pero creaba sus historias en donde él era el ken, el novio de Barbie, por ejemplo.

Álex nunca pensó en que ella era niña. Pero en la secundaria, se enojaba porque uno de sus compañeros se llamaba Alejandro. “Por qué él si se llama Alejandro y yo no”, se cuestionaba dentro de sí misma. Fue hasta más grande, 18, 19 años, que asumió su identidad, su sentir. Trabajaba en un café internet y empezó a navegar y descubrió la definición de transgénero: personas cuyas identidades de género son diferentes del sexo? o el género que se les asignó al nacer. “No manches. Es justo como yo pienso y siento”, se dijo.

Recordó aquel momento en que sentía coraje porque otro se podía llamar Alejandro y él no. Así que escogió también llamarse Alejandro, Álex.

Incomodidad

Álex me asegura que nunca tuvo problema en aceptar y asimilar quién era. Se cortó el cabello chiquito y la gente lo identificaba con un chico. Pero siempre hubo momentos incómodos –a la fecha- en la que tiene que aclarar que su identidad de género, al menos legalmente, sigue siendo la de una mujer.

-Cuando me inscribí en el Centro de Idiomas, me piden mi nombre y lo digo bajito, que no me escucharan. Le encargada no escuchó, me insiste que le diga el nombre. Lo dije otra vez en un tono muy bajo y vuelve a no escuchar, entonces lo dije en voz alta mi nombre femenino. Todos voltearon. No esperaban que alguien que se veía como yo, dijera un nombre de mujer.

Álex sintió el cambio de energía, las miradas que atraía como imán, el escaneo de las personas de arriba abajo, la incomodad del recorte visual. Para el chico trans, era incómodo llegar a un lugar y que lo trataran de cierta forma y cuando se daban cuenta quién es, cambiaran la actitud. “Eso me dolía”, dice. “Si pudiera cambiar el nombre lo cambiaba pero no puedo”, se decía.

Recuerda en una ocasión, un policía en Matamoros lo detuvo y Álex mostró su licencia. “¿Tú eres la persona de la credencial?”, le preguntó. “Sí”, respondió. Inmediatamente notó el cambio de actitud. “Bájate del auto” le ordenó el oficial. Álex iba con su mamá y una tía. “Tú eres…” y el policía no decía nada. Se quedaba callado. No podía ni expresarlo. “Qué pasa”, apuraba Álex. “Tú no puedes ser esta persona. Tú eres…”. Y volvía a quedarse callado, mientras la mirada del agente lo repasaba de arriba abajo. Hasta que una tía preguntó cuál era el problema. El oficial preguntó qué era de Álex y ella contestó que su sobrina.

Álex no se sentía a gusto como mujer, no era parte de sí y sentía que tenía que enfrentarse cotidianamente a esa vida. Los cambios de actitud de la gente lo volvieron reservado introvertido.

Cuando contó a su mamá, ésta se derrumbó y su respuesta fue llorar y llorar. “Te respeto que no entiendas o no quieras entenderlo. Debo aceptarlos a ellos, no los voy a forzar. Ellos también tienen creencias y convicciones, no puedes forzarlos”, dice ahora Álex. Pero confiesa que le destroza que la persona más cercana no la acepté. “Es el golpe más duro”, cuenta.

Sin embargo,  en cualquier ambiente social o cualquier lugar al que iban juntos, la gente le decía “su hijo, su hijo”, que su madre terminó por resignarse; aunque Álex aclara que no es lo mismo que aceptarlo. “No creo que nunca lo pueda hacer”, considera.

Su papá en cambio ya lo veía venir. Le confesó todo cuando su padre vivía en Estados Unidos. “Ya lo veía, ya sabía”, le dijo su padre y para su sorpresa lo apoyó: “si necesitas ir con doctores, tienes mi apoyo”, le dijo.

De eso hace 10 años, su papá ya está en México. Ahora en la casa, cuando lo nombran, se siguen refiriendo a él por su nombre femenino. De su otro yo, su dualidad. Con sus hermanos, aunque ya se imaginan, nunca ha abordado el tema.

-¿Por qué no se los ha confesado a tus hermanos? –le pregunto.

-Cobardía, yo creo. Puedes enfrentarlo con muchas personas pero la familia que se supone fuera lo más seguro y más confiable, con ellos no, las circunstancias no se prestan. No somos de hablar en mi familia de ningún tema y ése es un gran problema.

No hay certeza en el título

Álex estudió en la Escuela Normal. Allí encontró amigos y solidaridad. Sus compañeros lo aceptaron. “Soy chavo y díganme Álex”, les pidió. Y Álex fue.

Pero su lucha fue contra los directores y los momentos incómodos. Cuando los mandaban a hacer prácticas a las escuelas, era incómodo aclarar que era mujer. “Qué más quisiera que me reconocieran como chico”, se decía. Las prefectas lo obligaron a usar falda pese a su resistencia. “Haz de cuenta que eres escocés”, trataban de animarlo sus compañeros. Con los maestros no tuvo ningún problema.

En el último semestre comenzó con un tratamiento hormonal. Recuerda que era un chamaco como cualquier otro, pero cuando hablaba, salía una voz súper fina, dulce, de una niña. “Eso mataba mis interacciones. Eso me hizo introvertido y trataba de no hablar para que no descubrieran”, platica. Álex quería cambiar su voz. “No me importa nada”, dijo un día.

Comenzó con inyecciones de testosterona bajo supervisión médica. Una cada 21 días. Y notó rápido los cambios. Pero detuvo el tratamiento porque primero quiso asegurar su trabajo. “Tenía miedo, no suenas, no luces como mujer. Si ya parecía niño, con voz diferente no me van a querer dar trabajo, primero debo asegurar uno”, recuerda que dijo.

En 2014 inició en la Ciudad de México un juicio para el cambio de nombre, de género, de identidad. Quería, por fin, plasmar el nombre de Alejandro legalmente. Sin embargo, preguntó a la abogada si tendría efecto en su título como docente. “No hay certeza de que tu escuela emita otro título”, le dijo. Entonces, todo el trabajo de juntar testigos, papelería, todo se fue a la basura. Álex se derrumbó.

“Ya tenía trabajo. Era como quedarme sin carrera y no podía permitirme eso”, relata ahora.

Luego de que en Coahuila se aprobara la posibilidad del cambio de género, Álex opina que es un parteaguas para mucha gente. Sin embargo, para él, sin la certeza de que también podrá cambiar su título, no lo es tanto.

“No he necesitado el cambio de nombre en mi trabajo. Quiero ir para ver cuál es la situación en ese sentido, no sé cuál va a ser la reacción de la Normal. Hay que entender que es algo que afecta tu RFC, CURP, Seguro Social, ISSSTE, no es de una sola cosa”, explica. Además, Álex también estudia actualmente una maestría en educación y tecnología, otro nombre que habría que cambiar.

Así como en estos momentos no es prioridad su cambio de identidad, tampoco lo es continuar con tratamientos de hormonas u operaciones. Lo único, aclara, es que piensa para el próximo año hacerse la mastectomía (operación para extirpar la glándula mamaria).

Y en 10 años, Álex se imagina más visible, en el activismo social, ayudando a la causa y claro, con su nombre Alejandro en todos sus papeles

Soy Michelle, pero siempre seré Carlos

“Soy Carlos y siempre voy a ser Carlos. Nací como Carlos y toda la vida voy a ser Carlos”, recalca Michelle, una mujer trans de 47 años, como si fuera la presentación pública de su persona.

Carlos Ravelo Espinoza es su nombre, y en la estética de la que es dueña, muchas clientas la siguen llamando Carlos. A Michelle no le afecta. Asegura que no tiene ningún problema en que la gente sepa que es Carlos, que lo llamen Carlos; porque, explica, hay una parte de Carlos con la que creció y con la que morirá.

Sin embargo, el nombre de Michelle es con el que siempre se identificó. Lo escogió desde que era adolescente. “Me llamaba la atención, es un nombre unisex, como que tiene parte de dos, como Carlos y Karla”, comenta.

Dice que aprendió a vivir así. En su mente no había una elección de vida. Era Carlos.

Michelle, Carlos, creció sin entender qué sucedía consigo, con la gente. Recuerda que desde que era niño la gente lo atacó porque siempre fue muy amanerado. Creció y se dio cuenta que era una persona demasiado andrógina y recibió insultos y ataques. “Mi amaneramiento siempre me hizo víctima del acoso de las personas”, menciona.

Aclara que nunca tuvo una etapa de su vida que la haya marcado, sino que siempre fue esa persona, esa niña atrapada en el cuerpo de un niño. “Aprendí a adaptarme a mi condición y a vivir de esa manera”.

En algún momento, dice Michelle, quiso luchar por cambiar su condición, por no vivir de esa manera, pero entendió que no podía luchar porque hacerlo significaría querer cambiar algo que estaba dentro de ella. “Es algo muy fuerte que te hace sentir muy diferente”, dice.

Fue el menor de cinco hermanos. Tuvo la ausencia de una figura paterna y su madre trabajó sola como cocinera en la central de autobuses para sacar adelante a todos sus hijos. Cuando Michelle habla de su madre los ojos se vuelven vidriosos. Ahí está ella en la estética, su madre, una anciana menudita, que nunca se ha separado. “Siempre estuvo a lado mío”, refiere.

Michelle creció y ya no era la niña atrapada en el cuerpo de un niño. Ahora era la mujer encerrada en un cuerpo de un hombre. Primero fue jugar con muñecas, luego, de adolescente, se vestía de mujer y así salía a la calle, a escondidas de su familia.

Aunque su familia sospechaba, Michelle sabía que no era igual a que saliera de su boca, a que contara a su familia quién era.

La chica trans recuerda que trabajaba en un salón de belleza y las personas que trabajaban ahí eran transexuales. Decidió invitar a uno a comer a su casa y su familia pegó el grito. “Qué son esas amistades”, cuestionó su madre. “Me siento igual que ellas”, le respondió.

Su mamá le sentenció que si quería vivir como quería, tendría que ser autosuficiente. Y Michelle eso hizo. Comenzó a trabajar y ganar dinero y tomar decisiones personales como operarse y cambiar su apariencia. A los 18 años comenzó a modificar su físico.

“No había forma de esconderme en la sociedad”, recuerda Michelle, y en su interior siempre le exigió tener una vida transexual. Soñaba con modificar su apariencia, su cuerpo, cara. “Quería vivir con la imagen de una mujer”, relata.

Aprender a vivir

Michelle habla con la fluidez de sus 47 años. Tiene respuesta ágil para todo y no duda en lo que opina. Rechaza que las chicas trans participen en concursos de belleza para mujeres. “Tenemos que aprender a vivir con una condición distinta”, dice de frente. “No eres una mujer. Yo vivo como trans y soy feliz como trans. No pretendo usurpar el lugar de una mujer”, aclara.

Michelle cuenta que aprendió a convivir como es. Asegura que es importante el cambio de identidad porque es parte de una evolución a la que quiere llegar. Pero insiste que no busca competir con su hermana ni madre. “La mujer es lo más sagrado. No soy hombre, no soy mujer, soy un tercer sexo y asumo mi felicidad como tal”.

Ella creció en una época donde la discriminación arreciaba y la sociedad condenaba las conductas distintas. Su amaneramiento le causó rechazo.

Estudió una carrera técnica en Química Industrial, la primera generación del Conalep en Torreón. Pero sus ilusiones se truncaron porque no había mucho campo y era un ramo difícil, donde las empresas exigían una presentación “digna del puesto”. A donde llegaba a pedir trabajo lo observaban, se le quedaban viendo y escuchaban su voz afeminada, su forma de ser. El rechazo era inmediato. “Después te hablamos”, le decían.

Inició entonces en el ramo de la belleza, donde presume siempre tuvo muchas habilidades para cortar el cabello y maquillar. Suma 30 años de carrera y actualmente tiene la estética Passioncomo la conocen en la comunidad.

Pero Michelle dice que viene de una época llena de represión, donde la sociedad y política eran diferente. Recuerda entre risas que salía con prendas femeninas, maquillada, y era cliente frecuente cada semana de la cárcel municipal. “Pensaba que no hay ni una ley que esté por encima de una decisión personal, sobre todo cuando no estás dañando a la sociedad”, opina.

Michelle no quería renunciar a usar prendas femeninas. Desde siempre tuvo la intención de realizar un cambio de identidad, y con la nueva reforma en Coahuila que permitirá el cambio de identidad de género, asegura que lo aprovechará.

Recuerda que cuando visitó al cirujano por primera vez, éste le dijo que la sociedad sólo tiene dos puntos de vista. “Por qué vives en medio, donde no eres ni hombre ni mujer. Por qué no te conviertes en mujer”, le cuestionaron.

“Era mucha mi necesidad de verme como mujer y lo pensé y dije  tiene razón, adopté la imagen más femenina. Tiene mejor repercusión, la sociedad ya no te ve como algo que les llame la atención, pasas a ser una persona más y eso te da más seguridad para vivir”, asegura.

Michelle se ha realizado una serie de operaciones y tratamientos hormonales para parecer mujer: se ha operado la nariz, se ha hecho una liposucción, los pechos le han crecido y su voz se ha modificado, el bello le dejó de crecer y se hizo operaciones para que el cuerpo tuviera más curvas. “Logré verme con una imagen femenina a partir de los 20 años”. Desde entonces no ha parado en cambiar su apariencia.

Pero insiste que aunque haga miles de modificaciones en su persona, siempre va a estar esa parte de Carlos, esa dualidad.

-¿Crees que es una doble vida?

-No es doble vida, es una forma de vida. Crecí en una familia y con amigos, esas personas te conocieron como Carlos. Para tu mamá y tus hermanos siempre vas a ser Carlos, Víctor, Fernando, esa fue la persona que trajo al mundo tu madre.

Entender quién eres

Michelle ataja de inmediato: “no creo que llegue al grado de una operación de sexo”. Explica que porque una persona tenga una conducta no significa que tenga que serlo. “Es un tercer sexo”, remarca. “No soy un hombre ni soy mujer, soy una persona con una condición diferente a esos dos géneros”.

Para Michelle, el vivir con esa condición es aceptar y entender quién es. “Puedes llegar a modificarlo o cambiarlo, nunca vas a ser un hombre o una mujer, siempre vas a ser una persona con un tercer sexo”.

Sin embargo, refiere que así como ha hecho una evolución de su persona, le gustaría hacer una evolución legal; hacer válido el derecho de cambiar su identidad de género.

El hecho que pueda tener modificaciones y hoy pueda llamarme Michelle, me ayuda para sentirme socialmente mejor, para acoplarme en una sociedad que te exige te veas de una forma y que las cosas que te acompañen sean acorde a tu persona. Incrementa tu seguridad”, comenta.

Aunque Michelle cambie su identidad de género, se integre mejor a la sociedad y se sienta plena y feliz, afirma que no tendrá ningún problema si la gente la sigue recordando como Carlos. “Me voy a morir de esa forma”.

DATOS

7 mil trans en Coahuila, contabilizaban organizaciones hasta el año pasado.

456 personas trans fueron asesinadas en México por razones de odio, entre enero de 2007 y lo que va de 2018. Estos

3 países de Latinoamérica son los únicos que reconocen la identidad de las personas trans. 

600 pesos costo del cambio de documentación de género en Coahuila.

50% de los casos de víctimas de crímenes de odio no son identificados por sus familiares.

Publicada por Vanguardia.MX